Cada mujer vive el embarazo de una manera completamente diferente, ya que son muchas las variables que influyen en su desarrollo: la forma física, el estilo de vida, las condiciones ambientales…
En principio, una de las estaciones que más molestias puede llegar a causar a una embarazada (sobre todo en los últimos meses), es el verano. El calor acentúa algunas de las incomodidades más habituales, como son la fatiga, una disminución de la tensión arterial o problemas de circulación que deriven en hinchazón de las piernas. Pero también puede generar complicaciones añadidas:
Manchas solares
Durante la gestación, la piel se torna más sensible y propensa a las afecciones dermatológicas: estrías, rojeces, dermatitis… y cloasma. El cloasma es una serie de manchas oscuras, desiguales e indefinidas, que surgen en el rostro. Aunque su origen es hereditario y hormonal, su desencadenante es la exposición solar. Normalmente suele desaparecer tras el parto, pero en algunos casos permanece, por ello, es mejor evitar que aparezca.
Evitar la exposición solar entre las 11:00 y las 16:00h
No exponerse al sol durante las horas centrales del día, aplicar un protector solar de alta protección (SPF 50+) y cubrir el rostro con grandes sombreros y gafas solares, son las medidas más efectivas para prevenir su aparición.
Deshidratación
El exceso de sudoración provocado por el calor estival y la insuficiente toma de líquidos son las causas de la deshidratación. Entre los síntomas más evidentes se encuentran la sed y la sequedad en la boca, pero no son los únicos: los mareos y los dolores de cabeza, los vómitos, la sensación de debilidad y la micción de una orina más oscura también se encuentran entre los más habituales.
Una deshidratación continuada podría ser perjudicial tanto para la madre como para el bebé, al conllevar riesgos como infecciones urinarias, estreñimiento, calambres, alteraciones de la placenta y del líquido amniótico y, en los casos más graves, podría contribuir a la aparición de abortos espontáneos o partos prematuros.
Son consecuencias muy serias, pero la buena noticia es que se pueden evitar fácilmente: tan solo es necesario beber suficiente agua.La Agencia Europea de Seguridad Alimentaria recomienda a las futuras mamás aumentar la ingesta habitual de líquidos, de 2 litros diarios, en unos 300 ml.
Golpes de calor
La alteración de las hormonas durante el embarazo, con el incremento de los niveles de progesterona y estrógenos, hace que la temperatura corporal de las embarazadas suba de manera natural. Si a esto se añade el ascenso de las temperaturas externas, típico del verano, el riesgo de golpe de calor aumenta considerablemente.
Factores como las temperaturas extremas, la deshidratación o la alta humedad ambiental pueden desencadenar un golpe de calor en las embarazadas, cuyo sistema de termorregulación se encuentra alterado por la propia gestación.
Así, las señales de alerta que suelen llevar a las embarazadas a usar sus seguros médicos privados son el aumento exagerado de la temperatura corporal (+40º), los vómitos o la disminución del nivel de conciencia. Los efectos de un golpe de calor no deben tomarse a la ligera ya que, además de interferir en el normal funcionamiento del organismo, puede desencadenar contracciones uterinas capaces de adelantar el parto. Según un estudio publicado en Environmental Health Perspectives, las temperaturas extremas pueden incrementar el riesgo de parto prematuro.
Con sentido común, agua y protección solar lograréis minimizar los riesgos de un embarazo en verano. Cada embarazo es único: cuidaos y disfrutad del vuestro.