El Dr. Félix Lugo coordinador de la Unidad de Salud Íntima y Disfunción de Suelo Pélvico

Ni estás loca ni exageras el dolor: tu vagina puede necesitar fisioterapia

Participación del Dr. Felix Lugo publicada en The Objective el 27 de noviembre.

El suelo pélvico puede sufrir contracturas y acudir a un fisioterapeuta para tratarlas es algo que debemos normalizar

Una visita al médico. Nada. Otro médico. Nada. Otro más. Nada todavía. Que no hay nada mal en tu cuerpo, te dicen. Que será hormonal, sugieren. Que igual es psicológico, que si no tienes ningún trauma, ninguna situación de estrés que lo provoque, te preguntan. Y mientras, pasan los años y tú no sabes qué te pasa, lo único que sabes es que tienes un dolor al que nadie le encuentra solución.

Esta situación, por desgracia, es más común de lo que parece y cada año la sufren mujeres de todas las edades que acuden al médico por un dolor pélvico que no saben identificar con claridad.

Desde hace unos años, ya es común que las mujeres embarazadas o que acaban de dar a luz acudan a rehabilitación para fortalecer los músculos del suelo pélvico, que mantienen en la posición adecuada órganos tan importantes como la vejiga y la uretra, el útero y el recto. Sin embargo, el dolor pélvico puede tener otros muchos motivos, y algunos de ellos pueden ser tan simples como una contractura muscular. Tan simple, que a los ginecólogos en la mayoría de ocasiones ni se les pasa por la cabeza.

Y lo cuenta una que pasó por cuatro antes de que a una de ellas, casi tres años después de que empezara el dolor, se le ocurriera pasar las manos por la zona en lugar de entrar directamente a hacer una ecografía. Bastaron unos segundos para determinar que había hipertonía, es decir, un aumento del tono normal de los músculos que suele producir rigidez y contracturas.

En ese punto, no te puedes creer que algo tan sencillo haya sido tan complicado de detectar. Pero aún hay más, porque no vale con que un ginecólogo lo diagnostique. Después, hay que pasar por un médico rehabilitador que confirme el diagnóstico y que decida si tu caso es adecuado para ser tratado por un fisioterapeuta.

Mientras ocurre todo este proceso, que no es rápido precisamente, medicación para calmar el dolor. Que sí, que claro que alivia, pero tomar todos los días relajantes musculares no es la mejor idea, y si son vía vaginal, menos aún. Porque claro, explícale tú a tu jefe que te estás durmiendo todo el día porque estás poniéndote Diazepam en la vagina.

Cuando por fin te confirman que, efectivamente, la ginecóloga tenía razón, todavía te quedan meses de lista de espera para una clínica en la que probablemente habrá dos o tres fisioterapeutas como mucho que puedan realizarte el tratamiento. Un día, tres o cuatro meses después, te suena el teléfono y te llaman para darte cita y claro, te ilusionas, porque piensas que por fin vas a empezar el tratamiento. Pero no, es una cita con el médico rehabilitador de la clínica, que tiene que confirmar (otra vez) que el diagnóstico es correcto y determinar qué tratamiento es más adecuado. Y otra vez a la lista de espera.

Después de una espera ya algo más corta, y más resignada, llega el día en que te llaman, ahora sí, para empezar las sesiones de fisioterapia, y conoces a la persona que te va a aclarar, por fin, qué es exactamente lo que te pasa, por qué y cómo se soluciona.

¿Qué ha provocado las contracturas?

La primera pregunta que tienes, lógicamente, es qué ha provocado esas contracturas y qué puedes hacer para evitarlas.

“Las causas del dolor pélvico crónico son múltiples”, nos explica Sabrina Giovinazzo, fisioterapeuta especializada en el suelo pélvico. El parto y las cirugías suelen ser una causa habitual, pero también hay muchas otras, entre las que están “pequeños traumas de repetición como el estreñimiento, las infecciones urinarias repetidas y los deportes de impacto”. También pueden afectar al suelo pélvico la cistitis, la endometriosis, las hemorroides y las fisuras anales.

Además, hay que tener en cuenta que “el suelo pélvico se comunica con los músculos de la columna y los músculos abdominales”, nos explica Félix Lugo, coordinador de la Unidad de
Salud Íntima y Disfunción de Suelo Pélvico en la clínica Women’s de Barcelona. Por tanto, “si tú tienes unos músculos abdominales débiles tienes que activar los otros dos grupos y claro, los puedes sobrecargar”.

También se pueden generar contracturas por una mala postura. “Una persona que trabaje todo el día sentada, en una mala postura, el suelo pélvico sufre”, añade el ginecólogo.

Ahí es cuando empiezas a asociar conceptos y a darte cuenta de que muchos de los síntomas que no entendías estaban relacionados con la tensión muscular. El dolor en las lumbares, el dolor con algunos movimientos, la sequedad vaginal. Y, sobre todo, empiezas a respirar, porque algo que se había convertido en un quebradero de cabeza durante años, culpable de un peregrinaje por médicos de toda la ciudad, empieza poco a poco a tener sentido.

¿Cuál es la solución?

Llegados a este punto, ya te has dado cuenta de que la fisioterapeuta va a ser tu mejor aliada para acabar con el dolor, pero tú también vas a jugar un papel muy importante, no vale con dejarte curar.

Una vez que te has acostumbrado a que alguien toquetee tu vagina varias veces a la semana, una situación que no resulta nada cómoda al principio, empiezas a asumir que hay cosas que tendrán que salir de tu vida durante un tiempo. El deporte, por ejemplo, queda muy restringido: nada de correr o saltar, debes evitar la bicicleta, los abdominales tradicionales y el levantamiento de pesas, especialmente con las piernas.

“El fisioterapeuta de suelo pélvico funciona como un preparador en un gimnasio”, explica Lugo, que insiste en la importancia de que un profesional de la fisioterapia, además de tratar a la paciente, le explique qué deportes y posturas debe hacer y cómo debe hacerlos.

Y si el deporte se complica, no hablemos de las relaciones sexuales. Las contracturas las convierten en algo doloroso, pero es que durante el proceso, después de salir de cada sesión de fisioterapia, se vuelven casi imposibles. Y tendrás suerte si eres de las que puedes usar tampones y no tienes que volver a usar solo compresas cada vez que te baje la regla.

Lo bueno es que todo esto tiene una recompensa, y poco a poco empiezas a notar que vas mejorando, que duele menos, y que puedes volver a hacer una vida normal.

¿Por qué tardan tanto en diagnosticarlo?

Cuando llevas meses en rehabilitación, llega un punto en el que vuelve el enfado y piensas que ojalá alguien te hubiera diagnosticado rápido y te hubiera ahorrado todo este dolor. Porque el principal problema en muchas ocasiones es que una dolencia que se soluciona de manera sencilla se convierte en algo crónico por el tiempo que se tarda en detectarlo.

“Hay que destacar que no todos los profesionales sanitarios tienen la información adecuada sobre el tratamiento” de este tipo de disfunción, explica Giovinazzo. “De hecho, en muchas ocasiones se cometen errores diagnósticos y no se identifica el origen concreto del dolor”, añade.

“La valoración del suelo pélvico es difícil que la haga un ginecólogo del día a día, no se suelen tocar los músculos, palparlos”, explica, por su parte, Lugo. “Obviamente falta trabajo por hacer, porque a la hora de interrogar también pasa desapercibido”, añade. Sin embargo, tiene esperanza en que esto cambie y en que “dentro de unos años sea parte de la rutina de la valoración”.

Además, considera que los médicos deben ser más conscientes de que “un músculo puede tener una disfunción por funcionar de más o de menos” y no solo por haberse relajado en exceso. “No somos tan conscientes de que esos músculos se pueden sobrecargar”.

Las consecuencias psicológicas

El suelo pélvico es un músculo como otro cualquiera del cuerpo. Sin embargo, las consecuencias de un dolor pélvico no son las mismas que de un dolor de cuello o de rodilla, pues al estar implicado en nuestra vida sexual, puede llegar a afectar a nuestra vida sentimental y a nuestro estado de ánimo.

Quizás por ese motivo, cuando una paciente acude al médico con un dolor que ocurre durante las relaciones sexuales este, al no encontrar ninguna causa física en la primera exploración, sugiere que la causa puede ser psicológica. El dolor pélvico crónico “a menudo se diagnostica como un dolor psicológico o somático”, explica Giovinazzo, a pesar de que es “relativamente sencillo de evaluar, diagnosticar y tratar”.

Aunque en algunos casos concretos puede ser que la rigidez de los músculos se deba a una causa psicológica, a un trauma derivado, por ejemplo, de un abuso sexual, no es lo habitual, según explican los especialistas.

Por eso, si tenemos claro que no hay ninguna causa emocional, psicológica o ningún trauma que esté causando el dolor, debemos insistir en dar con la causa física. Porque aunque no sea un problema psicológico, se puede convertir en uno si no le ponemos remedio. Y es que aunque la vida sexual no sea lo más importante, la imposibilidad de mantener relaciones sexuales puede afectar mucho a tu vida, a tus relaciones personales e incluso, en ocasiones, a tu seguridad en ti misma.

Las contracturas no solo traen dolor, sino que con ellas llegan las situaciones incómodas de tener que explicar por qué no puedes, o por qué te duele, el miedo a conocer a alguien nuevo y tener que decirle que no puedes mantener relaciones, la incomodidad de tener que contarle tu vida sexual y privada a un fisioterapeuta, la inseguridad.

Por eso, entre otros motivos, “para los pacientes que presentan un dolor pélvico crónico, de años de evolución, es necesario realizar un estudio multidisciplinar abordando no solo aspectos fisiológicos o clínicos, sino también psico-sociales”, explica la fisioterapeuta.

Para intentar evitar llegar a este punto, lo más importante es “informarse y acudir a un profesional especializado en suelo pélvico” y, sobre todo, olvidarse de toda vergüenza o tabú y contarle al médico con pelos y señales qué es lo que duele y cuándo duele. Porque, al fin y al cabo, hay que tener siempre en mente que un dolor vaginal es tan natural como un dolor de cuello y, por eso, no hay motivo ninguno para esconderlo.

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